Nací en Zaragoza en 1952, pero el inicio de mi educación primaria comenzó en Caspe a la edad de cuatro años, y se cerró a los once. Durante ese periodo de seis o siete años, la mayoría de ocasiones mi presencia en clase no era objeto de preocupación por el profesorado. Pensaba
que no era atractivo el colegio, y al ignorarlo se convirtió en una decisión de inconsciencia infantil. Así que el tiempo lectivo se puede considerar en cuatro años completos. Leí mi primer libro a la edad de 18 años. Tres años más tarde presentaba mis poemas en certámenes literarios con algún nombramiento honorifico, y la clásica rosa de primavera influenciado por la edad de oro del romanticismo. Escribí mi primer libro en aquellos momentos de mente eufórica, y capacidad literaria nefasta, tan deficiente que lo arrojé a la basura al finalizar.
Y lo anterior se arrinconó al incorporarme a una editorial de libros de texto, a la que, pasados los años, consideré mi universidad. Desde libros de primaria, secundaria, profesorado o de universidad, arte, literatura, filosofía, todos eran leídos con avidez, buscando como recuperar el tiempo perdido que en la escuela se malogró. Años más tarde, cuando las ideas todavía vivas bregan en competición para no naufragar, encontré el momento —no sé si idóneo— de escribir lo que fluye y que busca el estuario hacia el mar.