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Relato ganador del concurso Érase una vez Zaraletras

Ganadora: Ana Alonso

Tiene 16 años y un gran futuro por delante. Podéis conocerla en su instagram @anitaalonsoo._

Y aquí la entrevista que le hicimos en Instagram


SOLO UNA MÁS…

Se moría, mi hermano se estaba muriendo, y yo no podía hacer nada para cambiarlo.

Era curioso como habíamos acabado aquí, y a pesar de estar preocupada por mi hermano, me parecía graciosa la situación en la que nos encontrábamos un 24 de diciembre a las 7 de la tarde; mi madre, en la silla de enfrente de la puerta de la sala de operaciones, mi padre al lado de la máquina dispensadora, lo más alejado posible de mi madre. Y yo, lo más alejada posible de ellos.

Estábamos en el pasillo blanco y silencioso del hospital, el cual estaba lleno de puertas cerradas con miles de historias y lágrimas dentro. A veces, me gustaría entrar en alguna y descubrir que es lo que esconden, pero ver a tantas personas con lágrimas en los ojos esperando a conseguir alguna noticia, que les infunda una esperanza que muchas veces no existe, me hace replantearme mi curiosidad. Al fin y al cabo hay historias que es mejor no leer ni contar.

Mi hermano tiene talasemia, un trastorno sanguíneo que hace que su cuerpo tenga menos hemoglobina de la normal. Le diagnosticaron este trastorno hace dos años, con tan solo tres años, y le recomendaron recibir transfusiones sanguíneas de forma regular. Y eso fue lo que estuvimos haciendo, hasta que mis padres comenzaron a tener peleas y cada vez más problemas. Llegó un punto en el que ya no nos hacían caso, era como si hubieran puesto a un lado su papel de padre y madre, y solo pudieran estar pendientes de lo que hacía o dejaba de hacer el otro.

Yo cuidaba de mi hermano lo que podía, pero entre el instituto y el trabajo de camarera que había encontrado para ganar un poco de dinero, no podía dedicarle todo el tiempo que necesitaba.

Al cumplir los 18 decidí cambiar aquella situación. Busqué otro trabajo con el que pudiera ganar más dinero, cogí a mi hermano y me fui de casa. Hasta hoy no había vuelto a ver a mis padres, y he de decir que en estos dos años han cambiado mucho.

Ayer, mientras vestía a mi hermano para la cena de Nochebuena que se celebraría en casa de una amiga mía,  noté que su piel se encontraba más pálida de lo normal, y conociendo el riesgo de su enfermedad lo traje corriendo al hospital. Lo que no esperaba oír cuando le terminaron de realizar algunas pruebas era que con las transfusiones había ido aumentado su nivel de hierro, y esto le estaba provocando ciertos daños en el corazón que podrían provocarle incluso la muerte. En ese momento me derrumbé, pensar que mi hermano pequeño estaba en una situación tan difícil me mataba, y ni siquiera había podido ver a sus padres en todo el proceso que estaba viviendo. Pero fue cuando el médico me dijo que mi hermano debía quedarse en el hospital por unos días, que decidí que había llegado el momento de llamar a las personas que me habían engendrado.

Mis padres llegaron en cuanto que recibieron mi llamada. Al parecer, una vez que nosotros nos alejamos de ellos, se dieron cuenta de que ya no había nada que les uniera, y decidieron divorciarse. No fue algo que me sorprendiera, es cierto que me entristecía pensar que las personas que más debían quererme no podían hacer lo mismo entre ellas, pero sin embargo, en el momento en que empezaron las peleas supe que su relación era algo que había terminado.

Lo primero que hicieron al verme fue preguntarme por aquel niño de ojos verdes que tantas alegrías había traído a mi vida, pero que, sin embargo estaba ahora solo en una sala de paredes blancas que le aislaban del exterior. Mi respuesta no fue más que unos cuantos sollozos que provocaron miradas de arrepentimiento en las caras de mis padres, y a pesar de su intento por acercarse más a mí, rehuí todo tipo de contacto de aquellas personas que decían ser mis padres. Posiblemente estaba siendo muy dura, ya que fui yo la que dejó de hablar con ellos y no buscó una solución que no supusiera alejarme de mis padres. Pero el daño estaba hecho, y aunque nunca lo admitiría en voz alta, lo que más me dolió fue pensar que yo nunca fui suficiente para ellos, que no fui lo suficiente importante como para que dejaran a un lado sus diferencias y nos prestaran un poco de su atención.

Ya eran las 6 de la tarde, y mis padres se habían ido dando cuenta de lo poco que quería estar con ellos, por lo que se limitaron a irse cada uno a una parte distinta del pasillo y me dejaron a solas con mis pensamientos y deseos de una vida en la que mi pequeño hermano pudiera jugar con los demás niños sin preocuparse de su salud y yo solo debía de preocuparme de sacar buenas notas y de lo que me pondría para la fiesta del sábado. Pero la vida no era tan fácil como querríamos.

Por fin habían terminado de controlar el estado de mi hermano, y ya habíamos podido entrar a verle. Sin embargo, a pesar de empezar a pensar que mis padres habían cambiado, como pude notar con sus miradas llenas de perdones y palabras de buenas intenciones, todavía necesitaba tiempo y pedí entrar primero a solas para hablar con mi pequeño hermano.

Tras explicarle la llegada de nuestros padres y la idea que me había ido rondando por la cabeza, decidí que era hora de irme, y dejé que mis padres entraran con él. Recogí mis cosas y me dirigí a la salida, pero antes de llegar, mi padre me llamó y me pidió 5 minutos de mi tiempo en los que me diría palabras que ni siquiera un año después entiendo del todo. Pero lo que si pienso es, que la decisión que tomé ese día fue la mejor que pude haber tomado y nunca me arrepentiré de haberlo hecho. Porque la oportunidad que le di a mis padres de cuidar a un hijo que les necesitaba fue mi forma de decir adiós, adiós a todo el rencor que había ido sintiendo hacia ellos. Fue lo que necesitaba para poder perdonarles a ellos y, poder perdonarme a mí también. Y quien sabe si lo que necesitaban era solo una oportunidad, solo una más…

 

 

 

 

 

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